Entre la inmediatez de las reseñas, los comentarios en Twitter y las autogeneradas expectativas a veces se cuesta ir al cine sin complejos. Inconscientemente, nos privamos de disfrutar de una obra en su totalidad por tabúes autoinfligidos. Un error que, en ocasiones, es inevitable, pero con 'John Wick 4' hay que intentar no cometerlo, porque si queda algún resquicio de justicia en la industria, esta entrega debe convertirse en un clásico del género de acción.
Así como 'Top Gun Maverick' en 2022, la última entrega de la exitosa franquicia protagonizada por Keanu Reeves está atrayendo, nuevamente, una gran magnitud de público a las salas, dando la campanada en un apartado que no destacó en las primeras tres películas: el espectáculo visual.
El director de fotografía, Dan Lausten; y el diseñador de producción, Kevin Kavanaugh; decidieron romper paradigmas con una propuesta estética imponente y bella para una película que destaca por las larguísimas secuencias de combate y las impresionantes cualidades técnicas del reparto en materia de artes marciales.
Pero John Wick 4 sorprende, para bien, con desiertos inhóspitos, ciudades grises absorbidas por la neblina, una Osaka que abraza la estética comic y la noche de Berlín enseñando sus ángeles y demonios con un ambiente sombrío y hostil.
París es donde, finalmente, se cierra el telón con un amanecer solemne tras una larga noche de pura violencia, mostrando al público la imposible redención de John Wick.
Es curioso e impresiona que cada imagen, toma o plano disruptivo (como la escena tomada desde el techo en una casa abandonada parisina, en el clímax de la entrega), lleva un sentido y ritmo que impulsa la violencia de la película sin rehuir de lo agraciado. Es la brutalidad puesta al servicio de la belleza.
A pesar de toda la barbarie en la mayoría de las escenas, el film cuida delicadamente cada uno de los detalles en montaje, escenario, sonido y coreografía. El soundtrack es tan eficiente como emocionante. También destacan los simbolismos; con rituales y tradiciones que cobran vigencia en una época donde preservar es obsoleto y se le vilipendia como enemigo del progreso.
Pero el film va mucho más allá de ser una entrega brutal y bellamente presentada. El marco conceptual también deja detalles valiosos, con un asesino preso de su pasado que sigue buscando una salida a su tormento, que no es otra cosa que la interminable búsqueda de su liberación de la High Table.
La redención de Wick no es otra cosa que una cuestión de libertad. Pero una libertad incompleta, porque tal y como los antagonistas se cansan de aclararlo, lo que quiere en realidad la leyenda, el 'Babayaga', es huir de sí mismo. De su esencia. Sacarse de encima el propósito de la venganza que lo llevaría a la muerte en vida. Algo que viene buscando, sin éxito, desde el momento en el que unos asesinos le quitaron la vida a su cachorro, el último regalo de su esposa, solo para sacarlo de su retiro mercenario.
Allí es donde toma relevancia otra de las sorpresas del film: el Marquis de Gramont, interpretado por Bill Skarsgard, quien elocuentemente recuerda la relevancia del sentido de la trascendencia y como Wick, incluso consiguiendo deshacerse de la High Table, seguirá condenando a la falta de un propósito. Terminando por completo una vida ya abatida mil veces.
Por ello lo más difícil para Wick no era eliminar a cuanto mercenario enviaran por él o adentrase en la profunda Berlín para encargarse del 'Killa' (Scott Adkins) y obtener el perdón familiar que le permita plantear el duelo de caballeros al Marquis, como reza la tradición. El problema era encontrar el sentido a una interminable venganza sin escapatoria que iba dañando y condenando a todos sus cercanos.
Una venganza completa, agotadora y sinsentido que lo mantenía apretado contra las cuerdas.
Ya sin salida y acorralado, es su amigo Caine, interpretado por la leyenda Donnie Yen, quien lo salva de su infierno sin saberlo. La encrucijada en la que estaba metido 'Babayaga' solo se esclareció al encontrar redención en un acto justo: no tomar una vida, sino salvar dos, la del propio Caine y su hija, amenazada por la High Table.
En un duelo western, con París amaneciendo, fue Wick el que dejó contra pronóstico que una última bala letal impactara su cuerpo. El Marquis, insolentemente feliz, pensando en un futuro lleno de gloria y prestigio por acabar con la única amenaza de la Alta Mesa, jamás se dio cuenta del último engaño al que fue expuesto por 'Babayaga'; cuya última bala en vida jamás había salido de su pistola porque no estaba destinada para Caine, sino para la cabeza del marqués.
Fue así como Wick consumó la obtención de su propia liberación, alejándose de la High Table a través de la muerte y encontrando la salida para sus amigos en vida. Un acto heroico de amor genuino en una película que será, en algún momento, considerada un clásico de la acción.
Emmanuel Rondón
Periodista y editor de Americano Media. Especializado en política americana, análisis de medios y deportes.
Emmanuel Rondón
Periodista y editor de Americano Media. Especializado en política americana, análisis de medios y deportes.