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El nuevo extremismo del Partido Demócrata

Es innegable que el Partido Demócrata se ha convertido en la voz de la extrema izquierda. Este ya no es un partido de centro o de centro izquierda. Sus posicionamientos hoy se alinean con la plataforma de los partidos socialistas alrededor del mundo

Por Alfonso Aguilar

Miércoles, 25 de enero de 2023 a las 12: 46
Miércoles, 25 de enero de 2023 a las 12:46
Presidente Joe Biden (EFE)

Hace unos días, los demócratas pusieron una vez más en pleno despliegue la agenda cultural de extrema izquierda que han acogido en los últimos años. En vez de unirse a la mayoría republicana de la Cámara de Representantes para aprobar un proyecto de ley que prohíbe el infanticidio de niños que sobreviven abortos, requiriendo que se les brinde cuidado médico inmediato, casi todos los miembros demócratas, con solo dos notables excepciones, le votaron en contra a esta medida de humanidad básica y sentido común. 

Es verdad que los demócratas en el pasado han defendido en ocasiones algunas posturas radicales como esta. Pero lo que estamos viendo en este momento es algo muy diferente, algo que verdaderamente no tiene precedentes. El Partido Demócrata se ha transformado radicalmente en un partido de izquierda dura y, como nunca antes, sus líderes están completamente comprometidos en adelantar en cada oportunidad que encuentra y en todo asunto que abordan una ideología extremista de izquierda.

Es cierto que ellos prefieren hablar de políticas “progresistas” que sean “transformadoras”. Pero, no podemos dejarnos engañar. Lo que quieren es llegar al Gobierno para impulsar un cambio radical de las estructuras tradicionales de nuestra sociedad.

Esto no nos deber sorprender. Muchos de los intelectuales públicos y grupos de interés que hoy influencian al Partido Demócrata siguen los lineamientos del marxismo cultural inspirado por el ideólogo comunista italiano Antonio Gramsci y por los pensadores radicales de la Escuela de Frankfurt que propone destruir los pilares de nuestra civilización judeocristiana para crear un nuevo orden social basado en las aspiraciones culturales de la izquierda radical. Estas son las mismas personas que continuamente están buscando maneras de menospreciar la dignidad y derechos de la persona humana, la institución de la familia, la libertad religiosa y la historia e identidad de nuestra nación, promoviendo la confrontación entre “oprimidos” y opresores”, en donde los oprimidos son todos los llamados grupos minoritarios —mujeres, afroamericanos, hispanos, personas LGBT, musulmanes, etc.— y los opresores son la mayoría blanca de la población, la iglesia y, por supuesto, la empresa privada. 

Quien dude que el Partido demócrata Actual esté dejándose llevar por estos elementos extremistas, basta que considere algunas de las otras políticas adoptadas por el presidente Biden, las cuales, cabe decir, son ampliamente apoyadas por el liderato demócrata del Congreso.

El año pasado el Departamento de Educación federal reescribió radicalmente el Titulo IX de las Enmiendas de Educación de 1972 para establecer que la discriminación por sexo no se limita al sexo biológico —hombre y mujer— sino que también incluye “estereotipos sexuales, características relacionadas al sexo (incluyendo características ‘intersex’), embarazo y condiciones relacionadas, orientación sexual e identidad de género”, de manera que las instituciones, programas y actividades educativas que reciben asistencia federal, aun si son religiosas, permitan que hombres que se identifican como mujeres tengan acceso a baños, dormitorios y competencias deportivas de mujeres.

Más aún, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Biden también ha emitido una serie de informes pidiéndoles a los estados que les den acceso a menores de edad a terapias hormonales y cirugías de cambio de sexo. Biden, además, firmó una orden ejecutiva dirigida a contrarrestar los esfuerzos de gobiernos estatales para impedir que a niños se les someta a tratamientos de conversión sexual.

Por otra parte, Biden ha adoptado como política de Estado la noción radical de que el Gobierno debe lograr la “equidad” —no la igualdad— entre nuestros ciudadanos; es decir, debe garantizar la igualdad de resultados, no de oportunidades, entre personas que pertenezcan a diferentes grupos, especialmente los raciales. La vicepresidente Kamala Harris dejó claro el enfoque socialista de esta política cuando dijo: “Hay una gran diferencia entre la equidad y la igualdad… trato equitativo significa que todos terminemos en el mismo lugar”.

Así, pues, la administración está redistribuyendo los recursos del Gobierno federal, a través de todas las agencias de Gobierno, para favorecer a grupos minoritarios particulares. Ya sea en la contratación o en la ayuda financiera a individuos u organizaciones, en vez de seguir los principios de libre competencia, mérito o necesidad, el Gobierno está prácticamente estableciendo un sistema de cuotas que le da prioridad a grupos que ellos consideran “desventajados” o “desatendidos”.

Parte de esta política también incluye promover propaganda antiamericana en las escuelas. Por eso, el Departamento de Educación está proveyendo concesiones de fondos a programas educativos que promueven la idea de que los Estados Unidos son un país sistémicamente racista y que siguen currículos basados en principios de la teoría critica racial, que propone que toda la historia del país deber verse desde el prisma de la discriminación racial.

La evidencia es contundente. Es innegable que el Partido Demócrata se ha convertido en la voz de la extrema izquierda. Este ya no es un partido de centro o de centro izquierda. Sus posicionamientos hoy se alinean con la plataforma de los partidos socialistas alrededor del mundo. Y hay que reconocer que las políticas radicales que agresivamente fomenta ponen en riesgo nuestra cultura y forma de vida, así como la estabilidad y progreso de la nación.

Alfonso Aguilar

El autor es director político de Americano Media y exjefe de la Oficina de Ciudadanía de los Estados Unidos

Alfonso Aguilar

El autor es director político de Americano Media y exjefe de la Oficina de Ciudadanía de los Estados Unidos

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