Qué raro el New York Times del lado incorrecto de la historia. Bien le valió la reputación su ligera y terrible defensa de la Unión Soviética, cuando su corresponsal en Europa oriental, Duranty, blanqueó los crímenes de Stalin. Más recientemente, claro, su simpatía por otros regímenes socialistas, como el de los genocidas de Cuba, el narcotraficante de Caracas o el corrupto de Brasil, que acaba de volver a poder. Editorialmente, el New York Times siempre ha tenido debilidad por los malos. Y, en cuanto al tema judío, no es la excepción.
Tanto ha sido así, que le colmó la paciencia a Benjamin Netanyahu, actual primer ministro y el político más influyente de los últimos años en Israel —y el mundo, agregaría yo. Luego de dedicarle páginas enteras a cuestionar el triunfo de Netanyahu y su movimiento conservador en las últimas elecciones, el primer ministro reaccionó en Twitter: "Tras enterrar el Holocausto durante años en sus últimas páginas y demonizar a Israel durante décadas en sus portadas, el New York Times llama ahora vergonzosamente a socavar al Gobierno entrante electo de Israel".
"Mientras el New York Times siga deslegitimando a la única verdadera democracia de Medio Oriente y al mejor aliado de Estados Unidos en la región, yo seguiré ignorando sus consejos infundados y me centraré en construir un país más fuerte y próspero", agregó Netanyahu.
El titular del artículo del New York Times era: "El ideal de democracia en un Estado judío está en peligro [por la llegada al poder de Netanyahu]". La demonización contra Israel que denuncia el primer ministro, de hecho, se ha intensificado.
En los últimos días Israel ha estado sometido a una ola de violencia, provocada por el terrorismo islámico. Justo el día de conmemoración de las víctimas del Holocausto, un terrorista palestino mató a 7 judíos en una sinagoga en Jerusalén. Al día siguiente, otro terrorista atacó a dos israelíes, al este de Jerusalén.
Debido a la violencia antisemita, la seguridad israelí, la IDF, ha estado alerta y, en las últimas horas, ha llevado a cabo operaciones precisas, quirúrgicas y efectivas contra células terroristas en Cisjordania; con el propósito de reforzar su defensa. De las operaciones, han muerto varios palestinos, acusados de terrorismo y fuertemente armados. De hecho, los mismos grupos terroristas Jihad Islámica y al-Aqsa Martyrs Brigades reclamaron a varios de sus militantes que cayeron bajo la potencia de las IDF.
Al respecto, obviando los hechos, el New York Times tituló, en un artículo publicado este 29 de enero por la corresponsal en Jerusalén, Raja Abdulrahim: "Hombre palestino muere tiroteado mientras prosigue la violencia en Israel". El hombre era Karam Salman, un palestino armado que intentó entrar, ilegalmente, a la población judía de Kedumim, en Cisjordania, donde vive el actual ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich.
Este 28 de enero, a propósito de los atentados islámicos contra judíos en Israel, el New York Times escribió un artículo sugiriendo que lo que realmente ha provocado estos "espasmos de violencia", ha sido el asenso del nuevo Gobierno de Netanyahu, al que el diario señala de "extrema derecha".
De acuerdo con el reportero Patrick Kingsley, el nuevo Gobierno, que preside Benjamin Netanyahu, "ha provocado un surgimiento en la furia palestina y ha hecho más difícil que las fuerzas moderadas que quedan en el Gobierno israelí diluyan las tensiones".
En síntesis, el New York Times, a propósito de la reciente escalada, no hace otra cosa que apuntar a Israel como culpable de la propia violencia en su contra. No son víctimas, aunque los muertos, inocentes, los pongan los judíos. Son victimarios, en cambio, los que se enfrentan a los terroristas y defienden su población. No es legítima la decisión que tomaron los israelíes en las últimas elecciones, a favor de un Gobierno que les ofrezca seguridad y mano dura. Los culpables, en el fondo, son los buenos, como siempre ha dejado claro el New York Times.
Como lo fueron los comunistas o los corruptos en su momento, hoy los terroristas antisemitas son los que gozan de la vergonzosa simpatía editorial del New York Times; que jamás titubea cuando le toca ponerse del lado de los criminales.