A simple vista pudiera creerse que se trata de una maniobra jurídica para detener el avance político de Donald Trump. En los últimos días han llovido análisis y opiniones al respecto. Republicanos y demócratas se reparten argumentos tanto políticos como jurídicos para respaldar sus tesis.
En este punto quizá haga falta precisar que lo menos importante es el cariz personal y su consecuente acción. Lo que subyace es el continuado ataque a la institucionalidad en Estados Unidos. No comenzó con el adelanto del posible arresto de Trump hace un par de semanas, mucho menos con la lectura de cargos en la corte.
La experiencia latinoamericana permite inferir que se teje una trama en la que las líneas estructurales de la separación de poderes, que son las que mantienen en pie la vida en sociedad con el correspondiente balance, comienzan a diluirse.
La estrategia política —campaña electoral incluida— salpica (o empapa) los argumentos y supuestas evidencias para sustentar un caso jurídico. Al mismo tiempo, esa estrategia también pretende salpicar (o empapar) la agenda legislativa respecto a la asignación de fondos a estructuras del Estado.
No es todos contra Trump. Es la vulnerabilidad del sistema —porque en definitiva está en manos de hombres— la que está en el banquillo.
Nadie está por encima de la ley. Esa premisa debe operar para todos. Utilizar la ley para que haya implosión es un precedente muy grave. La sociedad lo paga, y el ejemplo claro se puede encontrar en muchos países de Latinoamérica.
Habrá quien diga, quizá con algo de justificación que Estados Unidos no es Latinoamérica. Y habrá que decirle —aquí con sobrada razón— que se ha comprobado en experimentos de vida real que esa premisa es absolutamente rebatible.
Vivimos un tiempo en el que pudiera plantearse, desde la sensatez, el regreso a la institucionalidad, respetando la separación de poderes, poniendo freno a los intentos de socavar los pilares de la sociedad. Cada estructura tiene una razón de ser y eso es lo que ha permitido la supervivencia —con éxito— de esta sociedad. Permitir que la fuerza política de un hombre, se utilice como excusa para sentar precedentes que destruyan es abrir la puerta a la anomia, y con ella, a la anarquía.
Cada vez que en nuestros países se han levantado estas banderas, los supuestamente ingenuos intentan convencer a los demás de que esas tesis de destrucción son imposible cuando se percibe solidez. La experiencia es terca y nos señala que es imperativo estar alerta.
¿A la altura de las circunstancias?
En las últimas semanas se libra una guerra interna en la estructura que detenta el poder en Venezuela. Esto ocurre en plena campaña electoral de motivación entre los que se oponen a esa estructura, también en paralelo —y a cuentagotas— se mantiene la amenaza contra referentes políticos para acrecentar el miedo (por un lado) y ratificar la creencia de imbatibilidad del régimen.
Esto no es más que una pequeña prueba. Es la fórmula que encontró esa estructura de poder para determinar si ciertamente se puede enfrentar o no —en condiciones medianamente democráticas— a sus oponentes.
La agenda pública fuerte durante estos días la protagoniza el “gobierno” contra el “gobierno”, a falta de auténtica oposición —solo dedicada a visitar comunidades— el régimen ha desarrollado una narrativa de lucha contra la corrupción a gran escala, yendo contra estructuras de crimen y personalidades de cierto renombre. La han bautizado “caiga quien caiga” y aunque para muchos queda claro que se trata de pases de factura interna, a los ojos de muchos, esto es lucha contra los saqueadores del erario público y rescate de la revolución.
En las aceras de la oposición, desde la perspectiva estratégica se sigue creyendo que se libra una batalla electoral convencional, con líneas difusas, aisladas, en la convicción de que alguno de ellos impondrá su visión.
La sensatez es esquiva, y si la propuesta del presidente Gustavo Petro prospera, al sentarse nuevamente en México, el resultado mostrará a un régimen fuerte por sus acciones y una plataforma que ante estas pruebas, no luce unitaria, y menos a la altura de las circunstancias.
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