Novak Djokovic volvió a hacer historia deportiva a lo grande. Con 35 años a cuestas, ante rivales notablemente más jóvenes, el serbio dominó a placer el torneo que debía ganar para agigantar su legado: el Australian Open. Un final brillantemente guionado que cierra el oscuro capítulo del año pasado, cuando a 'Nole' las autoridades australianas le cortaron injustamente las alas tras expulsarlo del país impidiéndole jugar el Abierto en tierras oceánicas.
Exhibición tras exhibición, 'Nole' se dedicó a demostrar al mundo que el amo y señor del circuito es y seguirá siendo él. Que no importan las lesiones, cuántos torneos se pierda por reglas absurdas de los países u organizaciones o que los tenistas de la nueva generación sean imponentes bestias físicas; que él todavía es, sin dudas, el mejor.
Hay gustos, eso sí, que deben respetarse. El 'big three' —independientemente de lo que pase con el número de títulos que el serbio seguirá agregando a su palmarés— será posicionado según los parámetros subjetivos de cada especialista. Porque el tenis, al igual que el resto de las disciplinas, no puede únicamente medirse en números fríos. Porque los impactos generacionales, la trascendencia histórica, influencia y grandeza no solo se miden por la cantidad de trofeos que levanta un deportista.
Y es aquí donde Djokovic indudablemente puede sacar una ventaja sobre Nadal y Federer en la historia. Hace un año exactamente, en enero de 2022, el serbio sufrió una de las humillaciones más grandes que un ser humano puede recibir: ser detenido, irrespetado y expulsado de un país bajo la decisión unilateral de un Gobierno con delirios totalitarios.
Todavía hay necios —infestados por la propaganda de la prensa global— que creen que Djokovic fue justamente expulsado de Australia. Gente engañada, pues creen que el serbio incumplió las reglas del país. Pero están absolutamente equivocados. Es claro que no siguieron el caso y solo se dejaron llevar por la "mala fama" del personaje, creada por los propios correctitos que no soportan figuras auténticas en la cima.
Como es de público conocimiento, Djokovic decidió no vacunarse contra el COVID-19, algo que muchos países no respetan bajo la totalitaria figura de los "mandatos de vacunación".
Australia, por aquel entonces, todavía pedía a los ciudadanos extranjeros que se pusieran obligatoriamente la vacuna para entrar el país. De lo contrario tendrían que presentar una exención médica creíble y válida. Ese requisito Djokovic lo cumplió y, en primera instancia, fue aceptada por las autoridades migratorias australianas y el gobierno del estado de Victoria, que aceptaron la entrada al país del tenista.
Pero empezó una persecución mediática en la prensa progresista del mundo. Resulta que una tenista rusa, Natalia Vikhlyantseva, no iba a jugar el Australian Open 2022 porque estaba vacunada con la Sputnik, fármaco no aceptado por las autoridades sanitarias australianas. ¿Qué hicieron los medios? En lugar de atacar las absurdas reglas del país oceánico, cuestionaron un supuesto 'privilegio' de Djokovic, quien jugaría el torneo sin vacunarse.
De una forma notable, la prensa del mundo pidió a Australia que compensara la injusticia de Vikhlyantseva con otra injusticia: expulsar a Djokovic.
Y eso fue lo que ocurrió: una vez Djokovic se montó en un vuelo hacia Australia, el primer ministro del país, Scott Morrison, luego de la feroz presión mediática en todo Occidente, advirtió que si el serbio no cumplía los requisitos de exención médica su visa sería cancelada, medida que significaría la posterior deportación.
Entonces, cuando el tenista llegó a Australia, el 6 de enero, las autoridades migratorias lo dejaron detenido por más de ocho horas sin poder comunicarse al exterior. Djokovic fue duramente interrogado a altas horas de la madrugada por las autoridades migratorias según una transcripción publicada. Los funcionarios le pidieron información adicional sobre su exención médica que previamente no fue solicitada para ingresar al país.
El serbio, quien se quejó con los agentes migratorios por la difícil situación a la que lo sometieron, no pudo proporcionar dicha información; por lo que su visa fue cancelada.
Nole fue llevado a un hotel donde meten a los inmigrantes detenidos. Pero en lugar de quedarse de brazos cruzados y esperar la eventual expulsión del país, Djokovic decidió pelear contra el Estado australiano y apeló la decisión en las cortes. Y, aunque muchos lo ignoren, el tenista ganó.
Pasaron 4 días de mucha especulación desde la detención. Finamente, el 10 de enero, el juez Anthony Kelly falló a favor del serbio anulando su caso y ordenando su inmediata liberación.
Kelly fue tajante en su fallo: la cancelación del visado fue “irrazonable” y, por tanto, determinó que el serbio no violó leyes migratorias y que su exención médica es válida.
La victoria jurídica desafortunadamente duró poco para Djokovic, pues en Australia, el ministro de inmigración, Alex Hawke, posee poderes especiales para deportar a quien considere un peligro para la seguridad nacional o el orden público.
Hubo mucho ruido en torno al serbio. Se reveló que había mentido en su declaración jurada "por un error humano" de su equipo de trabajo que rellenó mal una casilla de entrada al país y también de que había dado una entrevista estando infectado de COVID semanas atrás. Todo ese ruido mediático, casi delirante, desvió la atención de lo verdaderamente importante: el propio Alex Hawke, quien en última instancia expulsó a Djokovic, admitió en una entrevista a The Age que Djokovic no violó ninguna norma sanitaria, ley migratoria o que representaba un riesgo de contagio, pero que era un supuesto peligro para la salud pública de Australia por "incitar" a la población a no cumplir las normas sanitarias del gobierno al ser una figura reconocida.
Sí, tal como leen, un hombre sano, que cumplió todos los requisitos para entrar el país, era considerado "un peligro" por las autoridades australianas. Porque en ese entonces todavía la gente deliraba con la pandemia y pensaba que los "no vacunados" eran unos psicópatas irresponsables que merecían el ostracismo.
El episodio de Djokovic llegó a la Corte Suprema australiana. Pero no hubo caso, a pesar de las incoherencias, la ley australiana estaba del lado de Hawke, aunque la expulsión se basara en argumentos absurdos.
Pero se equivocaron gravemente los que pensaron que Djokovic perdió la pelea. Nada más lejos de la realidad. El serbio, en aquel momento, fue testimonio de cómo hay que luchar contra la injusticia, sacrificando su carrera deportiva pero manteniendo íntegra su dignidad humana.
Y un año después demostró a todos, frente a las mismas autoridades que le expulsaron, quién es el dueño tenístico de Melbourne.
El propio Nole lo dijo: “Sólo mi familia y mi equipo saben lo que he tenido que pasar. Es la victoria más grande de mi carrera considerando las circunstancias. El año pasado no pude jugar y volví este año, gracias a toda la gente que me hace sentir cómodo en Melbourne”.
Por esto Novak Djokovic es un hombre histórico: porque en una época políticamente correcta, donde si no te sometes a la narrativa hegemónica pasas a ser enemigo público, el serbio dio un sublime ejemplo de cómo se deben defender las ideas y convicciones.
Emmanuel Rondón
Periodista y editor de Americano Media. Especializado en política americana, análisis de medios y deportes.
Emmanuel Rondón
Periodista y editor de Americano Media. Especializado en política americana, análisis de medios y deportes.